21 de febrero de 2011

biologí

poder presenciar la creación de un sueño. eso sería una maravilla
poder entender la doble fecundación de las angiospermas. eso sería un milagro.

7 de febrero de 2011

let me get what i want this time

Isabela encendió un cigarrillo. Dejó que el humo bajase, para luego expirarlo y verlo en el ambiente, cómo pasaba a deformarse. Pensaba que qué curioso desvanecerse en el aire, formar parte de la nada, del cosmos. Recordó que se había olvidado de sacar un billete de diez pesos del pantalón que quince minutos antes habia puesto en la lavadora. 'Uf', se dijo, 'qué bueno que los billetes no se rompen'.
Se prendió otro cigarrillo, mientras leía aquel fantástico libro de Auster. Exhalábamos el humo por la boca y lo mirábamos flotar sobre la habitación, ¿Sería verdad lo que le había dicho Matías? lo mirabamos flotar sobre la habitación, dibujando sombras sobre la pared que se dispersaban al instante de formarse. Había una maravillosa transitoriedad en todo aquello, ¿Ella se autosaboteaba? no se creía capaz de ser tan tonta, pero... Había una maravillosa transitoriedad en todo aquello, la sensación no. Ella no se boicoteaba a sí misma, por supuesto que no. la sensación de que el destino ¿o sí? de que el destino nos arrastraba hacia ámbitos bueno, aquella vez fue especial, no podía entregarle su corazón a alguien que tal vez no llegase a amarla nunca nos arrastraba hacia ámbitos desconocidos y aquella otra en la que no se presentó a la beca porque dijo que la ganaba gente más importante que ella, dale, todos lo sabemos hacia ámbitos desconocidos en el olvido cerró el libro, se dio cuenta de que no había prestado nada de atención a esas líneas, así que decidió seguir leyendo más tarde.
Isabela se paró, guardó a Auster en su cartera. Se dio cuenta de que Matías, como siempre, tenía toda la razón. Ella se encargaba de sabotearse todo. Pero no más.
Escuchó el ruido del lavarropas. Fue a rescatar aquel billete de diez, que resultó ser de veinte. 'menos mal que aguantan', pensó.
Se puso una campera y se fue. En el ascensor desenredó los auriculares, y prendió el mp3. 'No, no quiero escuchar Yann Tiersen... voy a escuchar... Slow Club'.
Salió del edificio y cruzó para ir al kiosko. Se compró un atado de Gitanes. Curiosamente, tenía una sonrisa en su cara. Caminó para la parada del ciento veintisiete. Resolvió ir a lo de Alexis. Decidió que era hora de no pedirse explicaciones, de dejarse ser, y, por una vez, vivir sin miedos.